miércoles, 1 de junio de 2011

Libro 1

Caía la lluvia, resonaba el cielo y de las nubes rayos se despedían, se agitaban los vivientes de la tierra escondiéndose en al espesura de los bosques y los árboles de los bosques se estremecían, huía la vida, sobre la tierra y debajo del cielo, ensordecía la fuerza del viento y la firmeza del hombre era disminuida, si sus ojos el cielo veían. La lluvia, lluvia gruesa que penetra los vestidos y la carne, mantenía en pie a uno de los vivientes que cargaba consigo la fe, este era de alta estatura como hijo de los gigantes, ojos granes como quienes no duermen, cabello negro como cielo sin su lumbrera, no presumía de inteligencia ni de la fuerza de los que dominan, mas tenia en su corazón el valor de diez hombres de guerra y la prudencia de un hombre de muchos años. Estando sus pies sobre una peña, pegado tenia sus ojos en la faz, como a la espera de un gran encuentro, detenido el cuerpo, observaba de un lado hacia otro como esperando algo, y en un momento lejos puso su atención, lejos, donde se confunde el cielo con la tierra. Así estuvo por un largo tiempo, hasta cuando se oyó gran bocina de trompeta que venía del oriente, que sacudió a toda carne, haciendo resonar el cielo enmudeciéndolo. Tal terror fue, que despertó las grandes bestias que habitan debajo de la tierra, dentro de los enormes árboles caídos y de los profundos ríos de Bazant, removiendose las aves que dominan las copas de los árboles, y con desesperación huían las bestias que habitaban los bosques.

Puso su mano izquierda sobre su espada envainada en su diestra y sus piernas separó como para defenderse. Tenía en su mente al esperanza y en su corazón la fe, en su boca una palabra y en sus ojos al victoria. Afirmo su rostro y entesó su corazón, porque el no sabia el como, sino el que. Entretanto de la estampida de quienes habitan la espesura, vino hacia el una de las bestias que no conocía la faz, y se llego a él con violencia en una frontal embestida, la cual desmayó a pocos metros por la herida en su cabeza, que dejo el filo de la espada del viviente. Al volver en si, comenzó a correr hacia el oriente en contra de toda la multitud de seres, esquivándolos con arrebato hasta adentrarse en un bosque de árboles muertos, que eran deshabitados por los seres. Mientras corría disminuía la cantidad de seres que huían, hasta encontrarse solo en medio gran bosque. Al salir del bosque continuo corriendo en un extendido valle, hasta que bruscamente se detuvo a mitad de este presintiendo algo, teniendo en frente una muralla de árboles gigantes